martes, 19 de julio de 2016

Hombre y cultura: ¿podemos concebir una naturaleza humana como naturaleza cultural?

El término persona proviene del griego prósopon que significa máscara. A su vez, máscara se conforma por pros (delante) y opos (cara), es decir delante de la cara.

Se atribuye al filósofo italiano Boecio (siglo VI) como el primero en utilizar el término persona en Filosofía, puesto que hasta el momento se refería al ser humano como hombre o en diferentes categorías pero no como personas. Para él, la persona es la substancia que existe por sí misma. El filósofo alemán Immanuel Kant (1724-1804) diría que las personas son los seres racionales en base a su naturaleza, siendo seres en sí mismos “cuya existencia es en sí misma un fin, y un fin tal, que en su lugar no puede ponerse ningún otro fin para el cual debieran ellas servir de medios” (Kant, p. 42). Así, la persona significa para Kant la libertad frente a la naturaleza, un ser autónomo y moral. Entonces, deberíamos preguntarnos si podemos hablar de una naturaleza humana y, si en ella o por ella, entendemos una naturaleza cultural. Por ello es importante recurrir a Clifford Geertz (1926-006) un antropólogo estadounidense que se ocupó del estudio de las culturas.
Veremos un extracto de su obra “La interpretación de las culturas” para problematizar en torno a ello:
El concepto de cultura que propugno y cuya utilidad procuran demostrar los ensayos que siguen es esencialmente un concepto semiótico. Creyendo con Max Weber que el hombre es un animal inserto en tramas de significación que él mismo ha tejido, considero que la cultura es esa urdimbre y que el análisis de la cultura ha de ser por lo tanto, no una ciencia experimental en busca de leyes, sino una ciencia interpretativa en busca de significaciones. Lo que busco es la explicación, interpretando expresiones sociales que son enigmáticas en su superficie. Pero semejante pronunciamiento, que contiene toda una doctrina en una cláusula, exige en sí mismo alguna explicación (Geertz, p. 20).
La cultura, ese documento activo, es pues pública, lo mismo que un guiño burlesco o una correría para apoderarse de ovejas. Aunque contiene ideas, la cultura no existe en la cabeza de alguien; aunque no es física, no es una entidad oculta (ibíd, p. 24). La cultura es pública porque la significación lo es. Uno no puede hacer una guiñada (o fingir burlescamente una guiñada) sin conocer lo que ella significa o sin saber cómo contraer físicamente el párpado y uno no puede llevar a cabo una correría para adueñarse de ovejas (o fingir tal correría) sin saber lo que es apoderarse de una oveja y la manera práctica de hacerlo ( ibíd, p. 26).
Sostener la idea de que la diversidad de las costumbres a través de los tiempos y en diferentes lugares no es una mera cuestión de aspecto y apariencia, de escenario y de máscaras de comedia, es sostener también la idea de que la humanidad es variada en su esencia como lo es en sus expresiones. Y con semejante reflexión se aflojan algunas amarras filosóficas bien apretadas y comienza una desasosegada deriva en aguas peligrosas. Peligrosas porque si uno descarta la idea de que el Hombre con "H" mayúscula ha de buscarse detrás o más allá o debajo de sus costumbres y se la reemplaza por la idea de que el hombre, con minúscula, ha de buscarse "en" ellas, corre uno el peligro de perder al hombre enteramente de vista. O bien se disuelve sin dejar residuo alguno en su tiempo y lugar, criatura cautiva de su época, o bien se convierte en un soldado alistado en un vasto ejército tolstoiano inmerso en uno u otro de los terribles determinismos históricos (pp. 45-46).
Lo que separa más distintamente a los verdaderos hombres de los protohombres es aparentemente, no la forma corporal general, sino la complejidad de la organización nerviosa. El período de traslado de los cambios culturales y biológicos parece haber consistido en una intensa concentración en el desarrollo neural y tal vez en refinamientos asociados de varias clases de conducta (de las manos, de la locomoción bípeda, etc.) cuyos fundamentos anatómicos básicos (movilidad de los hombros y muñecas, un ilion ensanchado, etc.) ya estaban firmemente asegurados. Todo esto en sí mismo tal vez no sea extraordinario, pero combinado con lo que he estado diciendo sugiere algunas conclusiones sobre la clase de animal que es el hombre, conclusiones que están, según creo, bastante alejadas no sólo de las del siglo XVIII, sino también de las de la antropología de los últimos diez o quince años. Lisa y llanamente esa evolución sugiere que no existe una naturaleza humana independiente de la cultura (pp. 54-55).

Bibliografía
    Geertz, C. (2003). La interpretación de las culturas. Barcelona, España. Gedisa.
    Kant, I. (2007). Fundamentación de la metafísica de las costumbres. San Juan, Puerto Rico. Pedro M. Rosario Barbosa.

1 comentario: